Laia no era el típico perro que da la patita y esas cosas, no... La enseñamos a dar la patita de cachorra y debe ser que no le veía la gracia y dejó de hacerlo y hasta hoy, como lo de traer la pelotita, iba dos veces y a la tercera, te miraba como diciendo, tú de que vas?, ya te he entretenido bastante por hoy y se tumbaba por ahí y el que iba a por la pelotita era yo.
Era explosiva, llegabas a casa, no importaba que hubieras salido cinco minutos, te hacia una fiesta, pero una fiesta de 40 kilos, te saltaba encima mil veces, giraba, te perseguía, a su recibimiento le faltaba la banda de música nada más, por que los banderines y la mayorettes, ya las ponía ella, era la bomba, porque claro, uno se aguanta, pero recibía a todo el mundo igual,a los amigos, a la familia, al mensajero que no conocía de nada... y no a todos les hacia gracia que un perraco de esas dimensiones se les echara encima y les dejará la ropa de peluche llena de pelos. Por eso, cada vez que sonaba el timbre, todo el mundo corriendo, yo hacia la puerta del salón para dejarla dentro y ella corriendo más para que yo no lo hiciera, vamos, que estábamos en forma.
Cuando la sacábamos a pasear, era igual, no sabías quien paseaba a quién, muchas veces decía de ponerme unos patines , era todo fuerza y vitalidad, ces, eso nunca lo conseguí, conseguí sacarla de mi habitación, pero que no me arrastrara por la calle, eso no, solo dejó de tirar cuando empezó a estar malita y yo ilusa de mi, creía que finalmente estaba aprendiendo...
Otra cosa que adoraba eran las alfombras, cada invierno se repetía la historia a la hora de extender la alfombra del salón, no la había desenrollado aún y la tía ya estaba revolcándose en mi alfombrita limpita, a esa no la dejábamos pasar y la respetaba más o menos, siempre intentando meter aunque solo fuera una pata, si la dejábamos meter aunque solo fuera una pata, era feliz.
Luego tenía en su habitación una cama enorme, una más reducida en la entrada del garaje y otra, su preferida, en el mirador del jardín, allí se pasaba las horas muertas mirando el jardín y asustando a los pájaros que se acercaran demasiado
También las mantas y las alfombras entraban en sus debilidades, cuando llovía venía como loca a exigir que la secara con su toalla (la cual conservo con cariño) y una y otra vez había que secar a la señorita. Si estabas tumbada en el sofá tapada tan agusto con tu mantita, veías como por arte de magia, tu tenías cada vez menos manta y ella más, hasta que te la quitaba entera.
Cuando recuerdo todas estas cosas, todos estos detalles, me doy cuenta de lo feliz que fue su vida y lo mucho que nos enseñó y que nos sigue enseñando aunque ya no este junto a nosotros
3 comentarios:
Como veo que hay problemas para dejar comentarios, pongo este de prueba.
Un beso guapa.
Y otro más como anónimo para comprobar que así tb se puede.
Saskia
Qué bonito Natalia.
Un besazo.
Gildita - Cristina
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