sábado, 21 de junio de 2008

ERASE UNA VEZ UNA GALGUITA

Había una vez, en un lejano país, muy remoto y muy antiguo, en él vivía mucha gente, unos junto a otros, pero aún así hablaban poco entre ellos, no les importaban los problemas de los demás y mucho menos los de los animales, digamos, que no todos los trataban con el cariño y respeto que de ellos recibían ... En este lugar, tuvo la mala suerte de nacer nuestra galguita, una perra de pelaje atigrado, cara afilada y ojos tremendamente dulces, como muchos de los de su raza, ella tampoco tuvo la suerte de vivir feliz con una familia que la quisiera.

No conocemos las tristezas que tuvo que sufrir y por cuantos sitios vagó antes de llegar al pueblo de Borox, lugar donde su historia estaba apunto de cambiar para siempre. Iba sin rumbo por el pueblo, como había ido siempre, con la incertidumbre de sí iba a encontrar algo para comer o un sitio seguro donde dormir. Encontró un viejo remolque de hierro, parecía abandonado pues la hierba crecía a su alrededor casi cubriéndole las ruedas, la galguita se acercó y se sintió un poco como aquel viejo remolque, sola y abandonada... Empezó a llover y decidió que sería un sitio estupendo para pasar la noche.

A esa primera noche bajo el remolque, siguieron muchas otras, allí se sentía bien. Aquella mañana, estaba desperezándose, sacudiéndose el frío bajo un tímido rayito de sol, cuando vio aparecer un perro negro grande, la galguita corrió a esconderse muerta de miedo a su remolque, el perrazo negro se le acercó, se limitó a mirarla con esos ojazos tiernos y se sentó a su lado. Así pasaban mucho rato, sin decirse nada, solo miradas furtivas, pero ambos se reconfortaban estando juntos.

Y ahí estaban los dos, disfrutando del sol, cuando alguien se acercó, la galguita corrió a esconderse al remolque y desde allí se puso a observar... Vio como ese alguien se acercó al perro negro llamándole Moro, la galguita se quedó fascinada viendo como Moro comía lo que le traía loco de contento, pero no fue la comida lo que fascinó a galguita, si no las caricias y palabras cariñosas que aquel perro negro recibía, gestos que ella nunca pudo disfrutar.

Cada mañana, la galguita esperaba que aquella hada de voz dulce apareciera, para poder disfrutar aunque fuera en la distancia, del cariño que Moro recibía, imaginaba lo que sería el tacto de aquellas manos sobre su lomo, lo feliz que le haría que aquellas palabras tiernas fueran dirigidas a ella y buscando ese calor, cada día fue acercándose un poco más, hasta que un día, estaba tan cerca, que el hada levantó su mirada y la vio, la galguita se estremeció y el corazón se le salía del pecho, el hada le miraba y le sonreía, a ella??? Es más, se acercó a ella ofreciéndole de la misma comida que disfrutaba Moro cada día, en ese momento no comió, se limitó a correr y esconderse en su remolque con las mariposas aún en el estómago, pero poco a poco se acercó a comer, poco a poco fue acercándose, hasta que llegó ese momento mágico en el que las manos del hada acariciaban su pelaje atigrado, fue una caricia fugaz, pero tan dulce...

Desde ese momento, la galguita esperaba todos los días el momento en que apareciera su hada, sus días eran solo eso, una dulce espera para disfrutar de aquella magia.

Los días iban pasando, pero aunque la galguita era feliz así, veía cada día más triste a su hada, sabía que alguien había intentado separarla a Moro y a ella de su hada y desde entonces ella estaba triste, no sabía que lo que realmente quería su hada era un hogar para ellos, para Moro y para ella, un hogar donde pudieran tener el cariño de una familia, lo intentó, lo intentó una y otra vez, pero su magia no era suficiente...

Cuando más desesperada estaba, pasó por allí un pequeño duendecillo, estaba muy triste por que había perdido a su estrella, estaba tan triste, que la primera vez que pasó por allí no se dio cuenta de que dos perritos acompañados por un hada le miraban, el duendecillo no hacía nada, se limitaba a estar sentado en su flor llorando y llorando por su estrella perdida, esa a la que no vería nunca más... Cuando parecía que no le quedaban más lágrimas, levantó la mirada y los vio, se acercó a verlos de más cerca y quedó fascinado, era tan bella la imagen que olvidó por un momento su estrella, miró al hada y le preguntó el por que de su cara triste, el hada le contó la historia de los perritos, el duende los miró y por su cara rodó una lágrima más, solo una más y decidió intentar ayudar.

El duende era aún pequeñín y su magia era muy débil, pues tuvo que usarla casi toda intentando salvar su estrella... Pero dejaría de lado su tristeza y la ayudaría, el hada y el duende se sonrieron y se alegraron de haberse conocido, unieron sus manos, cerraron los ojos y se concentraron con todas sus fuerzas para conseguir el hogar que buscaban para Moro y la Galguita, lo intentaron, lo intentaron mucho tiempo, pero no ocurría nada, nadie parecía escuchar.

Pero no desesperaron, siguieron llamando con las manos unidas a muchas puertas, algunas se cerraban, otras se quedaban entreabiertas y aquellas les dieron fuerza, el duende chiquitín y el hada ya no estaban solos, muchos duendes les habían oído y juntaban las manos con ellos ayudando para que se les escuchara... Y ocurrió, una de esas puertas entreabiertas, se abrió de par en par y por ella aparecieron dos hadas más dispuestas a ayudar por fin a los perritos, no tenían la suficiente magia por ahora para conseguirles ese hogar, pero se los llevarían con ellas a un lugar seguro, donde no volverían a pasar ni hambre ni frío y recibirían todos los cuidados y cariño que pudieran necesitar.

Galguita y Moro tenían miedo, no querían separarse de su hada y corrieron a esconderse, entonces ocurrió algo realmente mágico, una estrella chiquitina pero muy brillante bajó del cielo, se acercó al oído de la galguita y la habló, la contó lo feliz que había sido la estrella con su duende cuando estuvieron juntos, lo bien que lo pasaron y lo que disfrutaron juntos, pero que un día tuvo que partir y volar con las demás estrellas... Le contó a la galguita por que estaba triste su hada y que igual que ella un día tuvo que partir, la galguita debería seguir a las hadas que habían venido por ella para poder buscar junto a ellas ese cariño que tanto ansiaba ... También le contó aquella estrella, que fuera fuerte, pues tenía que ayudar a Moro por que aunque se le veía tan grandote y fuerte, tenía mucho más miedo que ella y debía estar a su lado.

Entonces sin más, la estrellita rozó en su camino a su duende, dándole así su última caricia antes de volver al cielo desde donde los sentiría a todos siempre a su lado y la galguita entonces ya no tuvo más miedo, simplemente siguió a las hadas y se fue con ellas, Moro fue más difícil de convencer, pero las hadas siguieron en su empeño hasta que consiguieron que Galguita y Moro viajaran juntos en busca de su felicidad.

Y allí están ahora, juntos, vigilados por aquella estrella, esperando, solo esperando a que ese nuevo día, sea el fin el día en que Moro y Galguita encuentren lo que tanto desean...

Este cuento aún no tiene final, pero como todos los cuentos, tiene que tener un final feliz...
¿ Quieres escribirlo tú?

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