miércoles, 23 de julio de 2008

MORO











Llegó a ver la camada, entre todos esos perritos que aún andaban desperezándose a la vida, había un cachorro que destacaba por lo hermoso de su pelaje, tan negro y tan brillante, no pudo más que fijarse en él y se lo llevó consigo, pensó que cuando creciera, ese perro sería un buen guardián, por el tamaño de sus patas, se convertiría en un animal corpulento, con un ladrido potente con el que hacer dudar al amigo de lo ajeno.

Se llevó a casa a aquel pequeño cachorro negro, que miraba alrededor sin entender nada, buscando y gimiendo por su familia perdida, pero pronto entendió que su tierna vida, esa al lado del calorcito de mamá y los juegos con los hermanos había terminado. Y tampoco encontró mucho consuelo en la persona sería y brusca que pasaba como sin verle por delante de él cada mañana, haciendo caso omiso a sus saltos de alegría y sus peticiones de cariño, olvidando demasiado a menudo, que aquel cachorrillo necesitaba agua y comida para poder convertirse en el guardián que el pensaba haber adquirido como el que compra un objeto más, sin pararse a pensar como mínimo en estos “pequeños”detalles.

El tiempo pasaba deprisa y efectivamente Moro se convirtió como prometía en un bello y espléndido animal, pero “su dueño” seguía sin verlo. Aunque el perro se esforzara cada día por agradarle y saliera a su encuentro cada vez que este llegara, parecía seguir siendo invisible a sus ojos .

Como la necesidad lo empujaba, comenzó a salir de la “protección” de su hogar, para buscarse el alimento, el hambre despertó en él los instintos ya olvidados de sus ancestros más lejanos, comenzó a intentar conseguirse como ellos el alimento cazando. Tras muchos intentos y únicamente con su estómago vacío de maestro, empezó a tener éxito en sus propósitos, cada vez era más hábil, habilidad de la que se percataron los cazadores de la zona, que no contentos con ello, avisaron al dueño de que tal vez se les escapara un tiro de sus escopetas si lo veían de nuevo cazando. Al dueño esto no le afecto demasiado, pero si comenzó a incomodarle demasiado la presencia de aquel animal.

Moro no tuvo otro remedio que seguir consiguiéndose la comida de uno u otro modo, en eso estaba un día, cuando un delicioso olor le llegó justo del otro lado de la carretera, siguiendo su olfato sin dudar, cruzó al otro lado. Allí vio que alguien estaba dando de comer a un perro pequeño, ni corto ni perezoso, se acercó a aquellas manos moviendo el rabo, aquellas manos le sonrieron, le acariciaron y le dieron de comer. Desde ese momento Moro empezó a pasar más tiempo con la persona del otro lado de la carretera y menos en su propia casa, en su casa no recibía nada y de aquella mujer lo recibía todo, comida, cariño, un lugar donde se sentía por fin querido.

Pero las nuevas amistades de Moro no agradaron a su amo, no veía con buenos ojos que alguien se ocupara de SU PROPIEDAD y tuvo una respuesta desconcertante: Llamó a la perrera. Cuando se presentaron allí buscando a Moro, por suerte este andaba descansando tumbado detrás de un coche, a la puerta del taller , sitio que Moro consideraba su hogar. El matrimonio, por proteger a Moro y temblando por los nervios ante aquella situación, mintieron a los trabajadores de la perrera, les dijeron no saber donde estaba el perro, durante toda la conversación, el perro no se movió de su sitio, gracias a lo cual se libró de un triste final. El matrimonio que protegía a Moro, respiró aliviado al ver alejarse aquel coche y con ellos el peligro, no podían salir de su asombro cuando averiguaron que había sido su propio amo, el que sin ningún tipo de escrúpulos y movido por váyase a saber que oscuros pensamientos, había avisado a la perrera, dando así por sentado que no le interesaba el animal lo más mínimo.

Moro parecía haberse dado cuenta de ello, ya no corría detrás del coche de su dueño, ni salía a recibirle, tan solo le dedicaba una lánguida mirada, mientras permanecía tumbado a la sombra en la puerta del taller, junto a los dos perros del matrimonio, con los que compartía juegos , paseos... y los defendía ante cualquiero perro o cualquier otra amenaza, como si fueran parte de su manada.

Fueron pasando los años, un día Moro no vino a comer, como siguieron pasando los días y no era lo normal en él, el matrimonio que le cuidaba a diario, empezaron a temerse lo peor. Finalmente apareció, parecía exhausto y cojeaba terriblemente de una pata, poco a poco, fue recuperándose de nuevo a la puerta del taller, su casa, pero su pata jamás se recuperó, le quedó ese mal recuerdo de aquella oscura experiencia que vivió solo, en silencio y de la que nadie conoció el más mínimo detalle nunca.

A pesar de todo, Moro siguió viniendo cada día a jugar con sus amigos, a tumbarse a la sombra en verano y a cobijarse en invierno, aquella vida libre era su vida, no había conocido otra y a su manera era feliz. Un buen día, como tantas otras veces, trajo consigo a una bella acompañante, se trataba de una galga atigrada demasiado tímida para acercarse al taller, se limitaba a tumbarse cerca de allí, al amparo de un viejo remolque, poco a poco, con paciencia y mucho amor, aquella mujer fue acercándose a la galga y cada día le brindaba un poco de alimento y cariño. Moro era de buen corazón y de vez en cuando aparecía con algún perro necesitado, pues sabía que allí le iban a ayudar, como lo habían hecho con él.

Pero de nuevo la amenaza de la perrera sobrevoló sus vidas, esta vez demasiado cerca, ya no podían estar tranquilos, sabían que un día u otro volverían y conseguirían llevarse a Moro y a la galguita a aquel lugar sin salida, entonces a pesar de amar tanto a su Moro, pensaron que lo mejor para ellos, para la Galga y quizás para Moro también, sería que se lo llevara una protectora cuanto antes, de lo contrario cualquier día, ya no habría vuelta atrás... Llamaron a muchas puertas, pero por desgracia existen demasiados Moros y demasiadas Galgas sin hogar a los que ayudar, saturados, no tenían más remedio que negarles de nuevo una oportunidad.

Pero no desesperaron y siguieron intentándolo, hasta que por fin una de aquellas puertas se abrió y vinieron a por ellos. Fue muy duró llegar como cada lunes al taller y no encontrar allí esperándoles a su Moro, después de tantos años, pero sabían que era su única opción, que ahora estaban en buenas manos y a un paso de conseguir un verdadero hogar, donde les hicieran sentir especiales y pudieran ser tan felices como se merecían.

Ahora Moro y la Galga están allí, a salvo, cuidados con mucho celo y cariño, tras recibir alguna que otra visita amiga, siguen allí, esperando, siempre esperando esa mano amiga, que les miren a los ojos y vean toda la belleza que llevan dentro estos dos estupendos animales, como cada uno de los que con ellos esperan también, a que el milagro se produzca y puedan enseñarte, tal vez a ti, el gran gozo de compartir la vida con uno de estos grandes amigos de cuatro patas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Feel good......