martes, 15 de julio de 2008

AMORES GALGOS



CONOCI A LA GALGA Y A MORO

Pues tras muchas dudas, cuando casi ganaba el no, me decidí, iba a conocer a Moro y a la galga, ahora se llaman de otra forma, pero para mi siempre serán la Galguita y Moro

Llegué a la protectora super feliz y muy nerviosa, por fin iba a conocerlos, seguíamos a la voluntaria que nos acompañaba , ella iba presentándonos a todos los perritos, decía sus nombres, pero yo estaba muy nerviosa, no prestaba atención, solo miraba ansiosa las jaulas y tocaba a los perros a través de las rejas.

De pronto me quedé clavada en una que tenía tan solo dos perritos, me tiré al suelo y rompí a llorar a la vez que llamaba a Moro, Moro estaba tranquilo sentado en el suelo, tan bonito, con ese negro tan brillante, con ese porte que se le veía ya en las fotos, el animal subió las orejas al oír nombrar su verdadero nombre, me miró y no relacionó el pobre el nombre con la persona que lo pronunciaba, debía de pensar que quien era esta tía que le llamaba, se levantó y se puso como loco a ladrar

La voluntaria se acercó a mi, me vio llorando y me preguntó si era ese perro el que buscaba, en un momento, todos los perros estaban ladrando, formándose una tremenda escandalera, la voluntaria me hizo seguirla y allí dejé a Moro ladrando, imagino que bastante confundido el pobre

Unas dos jaulas más allá, rodeada de cuatro perritos más, se acercaba a la reja mi galga, tan guapa y elegante con su collar rojo, metí ansiosa la mano buscando su contacto y de nuevo las lágrimas me mojaban la cara. Me invitaron a entrar en la jaula, no dudé un momento, le arrojé el bolso a mi marido y entré con mi hija a la jaula, en un momento estábamos rodeadas de una nube de patitas, saltando a nuestro alrededor, la galga se apartó a una esquina y se sentó.

Avancé agachada como me dijeron hacia la galga y ella tenía miedo, solo quería meterse dentro, escapar de mi insistencia, pero yo seguí intentándolo, cuando una de sus amigas, tremendamente cariñosa, me dejaba un momento para poder siquiera intentarlo.

Mi hija estaba en el suelo riendo, rodeada de perros que la saltaban encima y se peleaban por subirse encima de ella y comérsela a besos literalmente, la niña salió con la carita arañada de el efusivo cariño de aquellos tres perros que parecían veinte, mi marido miraba y sonreía desde fuera.

Seguí poniendo mi mano delante de la galga para que me oliera y por fin me dejó tocarla fugazmente, yo la acariaba, ella se dejaba hacer y escapaba, con este coqueteo estuvimos un buen rato. Finalmente se recostó en la pared y ahí tuve mi oportunidad, la acaricié la cara, su afiladísimo hocico, el lomo atigrado, pasé mi mano por sus costillas y caricia a caricia, fui descubriendo su curiosa anatomía de galgo, hasta que ella dijo basta y simplemente se fue, momento que aproveche para acariarle en su huida su gracioso rabo, delgado como un palo, como toda ella.

Era más pequeña de lo que me imaginaba, pero tan bella, tan elegante, tan tan tan galgo.

Pero aún hubo algo más mágico, me dejaron sacarla a pasear, junto con su colega más efusiva y cariñosa, que se había empeñado en acompañarnos costara lo que costara, incluso intentaba ponerse la correa de la Galga ella misma, asi es que ganó y se vino también.

Celia llevaba a Doña Efusiva, pero no pudo controlarla y se la cogió la voluntaria, entonces se volvió hacia mi y me quitó mi Galga. Llegamos al recinto que tenían para que los perros pasearan y los soltamos, que felicidad tenía Doña Efusiva, yo la alentaba y le decía bajito, corre tonta, corre, aprovecha y corre, y eso hizo, salir sin control corriendo por todo el espacio acotado.

Celia mientras tanto había soltado a la Galga y corriendo riendo tras ella, me gritaba: Mira mamá, mira como le gusta correr.... La pobre galga corría despavorida, asustadísima y la voluntaria decidió que era un buen momento para cogerla y que diera su primer paseo con correa, nos explicó que era muy importante de cara a posible adopción, que aprendiera a andar con correa y la primera lección se la dio mi hija.

Yo miraba a estas dos caminando juntas alucinada, la galga andaba divinamente al paso con mi hija, que estampa más bella, andaba como si mi hija fuera el mismísimo encantador de perros, esta galga venía enseñada de casa... Ante mi sorpresa mi hija se acercó a mi y me entregó a la galga, lo cual me hizo inmensamente feliz.

Caminamos juntas y tuve la sensación de haber caminado junto a ese perro toda la vida, fue algo mágico, recuerdo ese momento y me emociono... pero la magia acabó, nos avisaron de que debíamos volver ya.

La voluntaria estaba muy contenta, decía que andaba maravillosamente y que eso era muy bueno para ella...

Volvimos a la jaula y me despedí de todos, uno por uno, le dije a la Galga que me había gustado mucho conocerla y que lo había pasado muy bien. Cuando salíamos de la jaula, en vez de correr hacia dentro como hizo antes, intento una huida junto un colega, salió de la jaula hacia donde estábamos nosotros y nos costó volverla a meter dentro, pues la señorita no quería... Yo interprete ese gesto como que a pesar del miedo, le había gustado mi visita y quería seguir con nosotros...

Al pasar delante de la jaula de Moro, me paré a despedirme de él y sonreí viendo que ya no me ladraba y ahora me movía el rabito despidiéndose también de mi.

Me fui de allí muy contenta por ellos, por lo bien cuidados que se les veía, feliz por ellos por que allí estaban bien e iban a tener una oportunidad, pero triste, muy triste por mi, por que no había podido llevarme a ninguno conmigo

Llegamos a casa y nos sentamos los tres en el porche, estábamos en silencio y mi hija dijo con un suspiro fingido: Lo agustito que estaría la galguita aquí con nosotros... Pero lo que no puede ser, no puede ser.

Desde ese día solo pienso en la suerte que van a tener las familias que adopten a estos dos...

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